Está demostrado que somos lo que pensamos; y si nuestros pensamientos carecen de sentido ético, de independencia intelectual, de bondad, compasión, altruismo, generosidad, sinceridad, caridad, etc., nos fosilizamos, nos estereotipamos, entramos en decadencia.
¿Por qué? Por la simple razón de negar los valores que deben revestir a un auténtico ser humano. Alguien sin esos valores éticos, involuciona y se torna en ladrón, embustero, asesino, estafador, etc.; en un ser tan torpe que creerá ser sólo un montón de huesos, manteca y carne, es decir, un materialista, un existencialista, incapaz de amar, porque el amor es algo que pertenece al reino de lo espiritual.
Desgraciadamente, las ideas existencialistas, después de la segunda conflagración mundial, se han infiltrado por todas partes, en la escuela, en el hogar, en el templo, en la oficina, en el gobierno, etc., etc.
En la política tenemos a los políticos convertidos en verdaderos apologistas de los valores existencialistas. Todo aliento de espiritualidad ha desaparecido en la gran mayoría de los políticos de este país.
De tal forma que los jóvenes de hoy día, las nuevas generaciones, reciben a través de la mal llamada política, datos suficientes como para convertirse en charlatanes, delincuentes, homicidas, malhechores, homosexuales, prostitutas, drogadictos, etc.
Cuando uno ve en escena a los políticos existencialistas, llegamos a la conclusión que son verdaderos perversos; verdugos del sufrido, subordinado y esclavizado proletariado. Cada político existencialista lleva dentro de su psiquis un conjunto de elementos execrables, inmorales, conocidos como el Ego, que lo hacen un politicastro; esos escabrosos politicastros deben ser retirados del ámbito de la politiquería no sólo por los organismos de control de la nación, sino que de manera contundente y definitiva, el mismo pueblo debe derrotarlos, aniquilarlos… ¿Cómo? No apoyándolos nunca más; no eligiéndolos y olvidarlos para siempre.
El pueblo, si de verdad verdad quiere salir de estos habilidosos rufianes, de estos pícaros facinerosos, debe cortar todo nexo con ellos; así, la nueva actitud del pueblo, hará surgir en los hombres de la política la necesidad de establecer en su psiquis verdaderos valores humanos.
El político debe ser un sujeto ético, moralista, conocedor y practicante de una psicología que lo conduzca a una asepsia mental, para que se despoje de esos "apéndices" o "agregados" abyectos, ajenos a nuestra verdadera naturaleza interior.
Los falsos valores, como el orgullo, la ira, la envidia, los temores, los odios, las pasiones, etc., etc., son valores existencialistas, valores siniestros que esclavizan al ser humano, lo limitan, lo tornan en un bribón, en un ser malsano, en una cloaca inmunda; los reales valores que se expresan a través de la conciencia, como un conjunto de "virtudes": amor, justicia, misericordia, magnanimidad, templanza, sabiduría, darían al político un toque humano, un don de gente decente.
La expresión del político, como podemos verificar en la vida práctica, es obstruida por los múltiples valores materialistas que condicionan su acción, y lo vuelven mentiroso, déspota, orgulloso, rencoroso, medroso, temerario; toda su fuerza existencialista sofoca su paz interior; llevándolo a apelar a toda clase de crímenes para obtener el poder.
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