sábado, 28 de julio de 2012

La “glotonería” por el poder político


Los gobernantes, esa “clase de animales extraños”, como los llamó un evolucionista en sus teorías, tienen la obsesión de momificarse cual faraones, eternizándose en el poder político. Eso hace parte, según ellos, de la carrera de la civilización contemporánea, que ha suprimido la decencia, la honestidad, imponiendo la cultura de la ambición para adueñarse del poder y así sustraer a través de éste el caudal público.

Para esta clase de gobernantes, el alma, ese raudal de virtudes, dones divinos y facultades extraordinarias de los primitivos cristianos, no es necesaria, pues sienten o creen que el poder “puede inmortalizarlos y llevarlos a la gloria celestial”.

Sin duda alguna, los gobernantes viven en un limbo de fantasías; están tan fascinados con el poder, que no logran ver que éste los hace tan débiles, que ni siquiera se dan cuenta que ellos no son eternos: La tierra desaparecerá y los demás planetas también tienen su ciclo vital; pero los gobernantes entronizados en sus cargos no aceptan la realidad de que “todo pasa”.

Por ahí anda un ex presidente que después de ocho años de estar “tirándole la pita a los colombianos”, se resiste a dejar de gobernar, no acepta que los gobernantes, igual que las estrellas del inalterable firmamento, son fugaces, son transeúntes, perecederos, y sin que nos posea la polilla de la duda, tenemos un tiempo limitado para reír, para llorar, para gobernar, para vivir, etc., así lo dicen los sabios que escribieron las Sagradas Escrituras. Pero, ¿cuál es la causa de las causas para que este señor no quiera soltar el poder político? Pues, continuar acariciando el poder del dinero, el status social, poseer amantes, buena ropa, comidas gourmet, automóviles de lujo, seguridad, esgrimiendo la descomunal falacia de que su aspiración redunda en bien del pueblo, como fríamente lo proclaman los secuaces medio de comunicaciones.

Los politólogos y analistas del poder político que le arrogan a este ex presidente, ser el jinete de la paz, de la seguridad, de la libertad, de la democracia y cincuenta mil cosas por el estilo, dan explicaciones de toda índole; justificaciones cínicas, para que este señor prosiga como gobernante eterno; pero algún día como todos nosotros, morirá, pasará como todas las cosas terrenales, tal vez con la letal ilusión de haber conseguido un lugar a la diestra de Dios Padre.

Lamentablemente, en este país muchos ven normal la avaricia de los políticos y admiran a los que ambicionan perpetuarse en el poder político que nada ni nadie parece detener; sólo resta a millones de personas “orar mucho por la situación del país para que estos pro-dictadores se amansen y declinen sus aspiraciones perversas”, como dijera un sacerdote en la homilía de un rito religioso en un pueblo andino.

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