martes, 26 de junio de 2012

¿ Qué paz estamos buscando?

               SÍMBOLO DE LA PAZ

si sabemos mirar la violencia, no sólo la exterior en la sociedad como las guerras, los motines, los conflictos nacionales, sino también la nuestra, tal vez seremos capaces de trascenderla. La violencia ha sido un problema muy complejo, pues por si­glos y siglos hemos sido violentos; las reli­giones en todas partes y en todas las épocas han tratado de domarla, pero ninguna de ellas ha tenido éxito. Este problema de la violencia, ¿está aquí o allí? ¿ Quiere us­ted solucionar el problema en el mundo exterior, o está indagando la violencia mis­ma tal como se personifica en usted? Necesitarnos comprender la violencia no como una idea, sino como un hecho que existe en el ser humano. Hemos experimentado la violencia en la cólera, la violencia en nuestros apetitos sexuales, violencia en el odio, creando así enemistades, violencia en los celos, etc. ¿Quién no la ha experimen­tado? ¿Quién no la ha conocido? Y es nues­tra obligación comprender este problema en su totalidad, no meramente un fragmen­to: el que se manifiesta en la guerra, en las masacres, en el secuestro, en el hostigamiento hacia los demás, sino esta agresión en los seres humanos, de los cuales formamos parte. 

La violencia no consiste simplemente en asesinar a otro. Hay violencia cuando usa­mos una palabra dura, cuando hacemos un gesto para echar a un lado a una persona, cuando obedecemos por miedo. De ma­nera que la violencia no es sólo la matanza organizada en el nombre de Dios, de la sociedad, de la patria, de un partido, de una ideología. Sino que la violencia es mucho más sutil, más honda. Y nosotros debemos investigar las verdaderas profundidades de la violencia. Cuando usted se señala a sí mismo como cristiano, musulmán, budista, protestante, liberal, conservador, comunista, europeo, americano u otra cosa, está actuando violentamente. ¿Sabe por qué eso es  violencia? Porque Se está separando de la humanidad restante. Cuando uno se aparta de otros por motivo de nacionalidad, creencia, o tradición, surge la violencia. Por eso los humanistas nos han dicho con gran acierto, que para intentar comprender la violencia un hom­bre debe despojarse de esas mezquindades, y que uno de los más grandes escollos para dejarla se debe a que siempre estamos presos

Tenemos  lazos fatales. Pero la pregunta que hemos propuesto es, ¿es posible erradicar la violencia en nosotros mismos? ¿Es posible a un ser humano, que viva en cualquier sociedad, echar psicológicamente la violencia fue­ra de sí mismo? Si es posible, el mismo proce­so producirá una forma diferente de vivir en este mundo. 

Es una realidad que hemos aceptado la vio- lencia como una forma de vida. Ahí tenemos dos espantosas conflagraciones mundiales que nada nos han enseñado, excepto levantar más y más barreras entre los seres _ humanos. Y ahí está la violencia, y lo que es peor, multiplicada . Algunos, a fin de liberarse de la violencia, han usado un concepto, un ideal, y pien­san que teniendo ese ideal de lo opuesto a la violencia se pueden desembarazar del hecho; pero la realidad cruda es que seguimos siendo violentos. Y así hemos tenido un sinnúmero de ideales; todas las tesis políticas, económicas y los mismos libros sagrados están llenos de ellos; sin embargo, aún somos violentos; entonces, ¿por qué no bregar con la violencia misma, olvidándonos de todo ideal o proyec­ción mental? Al fin y al cabo, el hombre real­mente serio, a quien le urge descubrir qué es la verdad de la violencia, no tiene proyección mental alguna; vive sólo en lo que es. Cuando alguien nos inspira aversión u odio, éste es un hecho aunque parezca terrible. Si se mira, si se examina completamente, el hecho cesa. Pero si se dice: «No debo odiar, debo tener amor en mi corazón», entonces viviremos en un mundo hipócrita con patrones dobles. Pero  si se vive completamente, plenamente, en el momento, en lo que se está descubriendo, vivir con o que somos, sin un sentido de con­denación ni de justificación. Entonces estalla plenitud de la comprensión sobre el hecho, que-, este termina. Cuando vemos con claridad el problema se soluciona, porque estamos mirando el asunto totalmente libres de ideologías.

Bueno, aquí hay una serie ele afirmaciones, ¿las ha entendido en realidad? ¿Por qué esta pregunta? Porque su mente está condiciona en tiene su modo de vivir, tiene la influencia de la sociedad en que vive, y todo esto y mu­chas cosas más, le impiden mirar un hecho y verse libre de él total e inmediatamente. So­bre el quedar libre de la cuestión de la violencia usted podrá decir: «Lo analizaré, vaya considerar si es posible librarme o no de ella», o, «trataré ser libre de ella». No hay eso de tratar; porque ahí está permitiendo que intervenga el tiempo mientras «la casa se quema». La casa está en llamas como resultado de la violencia en todo el mundo y en usted mismo; no obstante, usted dice: «Déjeme pensarlo, ¿qué ideología o qué acuerdo es más e­ntiende para apagar el fuego'! 0, «¿qué acor­damos para que cesen los secuestros, para extirpar las minas «quiebrapatas», para sacar a la población civil del conflicto, para no invo­lucrar a los niños y adolescentes en la gue­rra? Cuando su casa está en llamas, ¿discute usted en cuanto al color de piel del bombero que va a traer el agua"! Mientras se discute en la mesa de negociaciones de  la paz, sobre cuál es la mejor fórmula que le conviene a la derecha o la izquierda, ¿cuántos miles de muertos más debemos sepultar todavía? ¿Cuántos cientos de personas mutiladas más debemos ver por las minas "quiebrapatas"? ¿Cuántos miles de familias más deben sufrir con la tragedia del conflicto? ¿Cuantos miles de bebés huérfanos más deben padecer? No se sabe. Lo que sí se conoce es que los seño­res negociadores de la paz piensan más en sus ideologías que en la paz. 

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